Me siento a charlar, de un lado yo, del otro me observa fijo la razón.
Este no es un texto que guarde coherencia, así que si eso esperan encontrar recomiendo que pulsen la tecla de escape y prendan el televisor.
Me senté a hablar, estaba desesperada, nerviosa con las manos inquietas, los ojos desorbitados y la piel sudorosa. Nuestro cuerpo acostumbra a reaccionar de formas extrañas cuando experimenta por primera vez una sensación, cuando se enfrenta a “algo” que nunca antes se enfrentó.
En fin, me exaspera darme cuenta que hay infinidad de sensaciones y un sin límite de puntos máximos. Uno siempre tiende a pensar que llega al clímax, cuando soporta sensaciones tan fuertes (para bien o para mal), siempre pensamos que fue lo mejor o lo peor. Para nuestra cabeza y nuestra soberbia, creemos que nadie ama como nosotros, nadie sufre como nosotros, nadie es más bueno o más hijo de puta que nosotros, nos convencemos constantemente de que somos protagonistas de una vida única y particularmente excelente o deplorable, pero nunca ‘tranqui’, e incluso si nos llegara a parecer que es definitivamente “tranqui”, nos parecería que es por excelencia una tranquilidad sublime, jaja.
A lo que iba, retrocedo, siempre me convenzo de sufrir las más penosas angustias, pero mi corazón esta tarde, en la de ayer y en la de mañana se topó y topará con una angustia, no mayor ni menor en cuanto a intensidad, sino diferente. Diferente a todas las angustias anteriormente sufridas.
No entiendo, no entiendo el dolor concreto, no entiendo esta impotencia que fermenta en odio, hacia mí, hacía él, hacía ellos que hoy descansan como cadáveres en mi presente pero que en algún pasado estuvieron tan vivos como para hoy poner en duda mi existencia.
¿Qué carajo me pasó? Era un témpano, lo juro, era un maldito témpano, y hoy no soy nada, soy su sombra, soy la vereda de enfrente de su casa, soy la copa que descarta en alguna barra. No soy nada, soy mensajes sin respuestas y llamados que terminan siendo llantos, soy una sonrisa... la sonrisa más triste de todas.
Sacó todo, y lo apenó dejarme vacía, entonces me llenó de angustia, de resentimiento y de odio, para asegurarse de que estuviera acompañada un tiempo.
Quiso irse, en efecto lo hizo, pero no hasta cerciorarse de que su recuerdo me acompañaría por un buen rato. Porque él no está y no va a volver, está solo o quien sabe con quién, pero sabe que aunque él duerma sin mí, yo sigo durmiendo con él.
Querida razón, creo que empezaste a usar palabras que hasta ni yo comprendo para intentar hacerme entender que soy necia, crédula y que me niego a perder.
Querida razón, yo entiendo por demás, sos vos ahora la que me tiene que escuchar.
El corazón tiene razones que la razón no entiende... dicen, y así es. No me preguntés por qué, porque diga lo que diga siempre vas a saber como contestar, como descalificar y cerrar cada conversación convenciéndome de que estoy mal, de que estoy confundida y de que claramente no tengo la razón (por estúpido e ilógico que suene).
Pero quisiera que intentaras imaginar, que hay ciertas cosas que no podés procesar. No se traducen en lógica los sentimientos. Y lo que hoy yo siento, pesa más que todas las razones que vos me puedas enumerar.
Vale la pena darse contra la misma pared cuarenta y cinco veces, vale la pena las ciento veinticinco noches que llevo de llanto y en vela, valen la pena esas ganas ahogadas de perder la conciencia, esos millares de preguntas desconsoladas sin remitente, vale la pena dejar mi casa, salir corriendo, apostar mi vida y perderla, vale la pena quedarme sin nada, porque nada es lo que siento.
Porque te juro que si estarías dentro mío, corriendo como la sangre de mis venas, me acompañarías al casino a apostar esa vida, me abrirías la puerta de casa para que huyera, me harías compañía llorando conmigo cada noche y me guiarías hacia esa pared una y mil veces porque no te cansarías de verme golpear y caer, golpear y caer...
Por que me abrirías el cuerpo y sacarías lo que fuera para sacar el dolor, me arrancarías hasta el corazón con tal de aliviarme este mal...
Me entenderías lo sé, si callaras tu razón, si sólo sintieras lo que yo, dejaría de importar que el no me quisiera, dejarían de saber el amargo de todas sus mentiras, perderían su figura los rostros de todas las demás, nuestros oídos serían sordos para lo que no queremos escuchar y cerraríamos bien fuerte los ojos cuando él me dijera que los debemos cerrar.
Todo lo que hoy criticas, se justificaría. Cada estupidez, cada error, cada lágrima... cada maldito minuto que sufrí por él, se justificaría si sintieras lo que yo llamo amor.