Leí algo del fracaso, estaba en un muy buen libro que me llegó como regalo, el capítulo se relacionaba con muchísimas emociones más, entre ellas el rechazo.
El rechazo es una emoción nueva para mí, si bien no cabe duda que alguna vez habré experimentado alguna situación que me haya ‘no aceptado’, jamás fue tan concreta como la que tuvo lugar hace unos meses atrás y que todavía no consigo superar.
Nunca me había enfrentado a una puerta cerrada, a un silencio como respuesta, a un ‘no, gracias’, y si bien no fue explícito, jamás comprendí tan bien la decisión del otro.
En este bello librito del que les hablo, se decía que las emociones son para sentirlas, pero hay que saber cuando y cómo y por cuanto tiempo, uno no se puede aferrar al dolor que le generó cierto rechazo, sin embargo tampoco puede anular la sensación frustrante y seguir como si nada hubiera pasado, porque reprimiendo nos hacemos un daño mucho más profundo del que creemos, y tarde o temprano aflorará, o se volverá un hecho traumático, algo que querremos olvidar, un obstáculo para desenvolvernos en alguna situación futura que se asemeje a la anterior.
Esto me estaba sucediendo internamente y sin notarlo, hasta que leí el bendito libro que hablándome de otra cosa se refería siempre a lo mismo. Entonces comprendí que eludiendo el mal recuerdo, el error que cometí, lo que dejé sin decir, y lo mal que (me) hice, no iba a llegar a perdonarme, no iba a superarlo, ni tampoco iba a servirme de aprendizaje, porque ignorándolo solo lograría repetir lo mismo tarde o temprano. Que sin ir más lejos, si el fin de semana pasado no hubiese sido tan triste y gris, hubiera tropezado nuevamente con el mismo desliz.
Esta entonces es la causa de estar escribiendo, de tragarme el orgullo y de aceptar que magnifique demasiado algo que nunca fue nada, algo muy pequeño, esporádico y arruinado de entrada. Pero ahí estaba yo, la niña que supo volverse una mujer fría y rígida como el hielo, quien supo arrancar en menos de treinta días a quien supuestamente alguna vez consideró el ‘amor de su vida’, pero que ahora estaba desprotegida, desahuciada, con el disfraz caído, con la indiferencia, que solía utilizar como escudo, quebrantada... Y en sólo tres días, alguien pudo garantizarle tres meses de sufrimiento, rentando un espacio muy amplio en su cabeza, imposibilitándole el olvido. Ahora no podía (no puedo) superarlo, no sabía (no se) cómo sobreponerse de un rechazo, de una puerta cerrada, de un adiós amistoso, de un freno a sus caprichos, a sus irresponsabilidades e impulsos.
Y hay que dejarlo salir, hay que llorarlo, no hay que entenderlo, no hay que pensarlo, hay que sentirlo y una vez desgastado el sufrimiento, la añoranza, la impotencia por querer haber hecho algo diferente, una vez sentidas y resentidas estas emociones... entonces dejarlas fluir y abrirse para que puedan llegar otras nuevas.
No sé si alguna vez se me va dejar de estrujar el corazón cuando escuche esa canción, no se si alguna vez voy a dejar de preguntarme y repreguntarme, de volverme loca reprochándome el ser tan idiota. No se cuánto me va a tomar perdonarme o darme cuenta que no hay nada malo en lo que fui, y que en realidad no hay qué perdonarme.. pero sé que va a pasar, se que un clavo no se quita con otro, sino que hace un nuevo agujero diferente, y no es conveniente acrecentar el problema multiplicándolo por dos. Sé muchísimas cosas, pero no hay nada que pronosticar, cada situación es única y distinta y cada emoción por ende también. No tiene lógica aparente la relación que hice antes: un año olvidado en un mes, y tres días que me estén costando ya el principio del cuarto.
Pero repito, depende de miles de factores, y a considerar esta etapa es de la más intensas de las que viví, y en la que menos tuve tiempo de externalizar todo lo que siento, de enfrentarlo y digerirlo, últimamente me remito a andar, darle para delante y seguir, seguir, seguir dándole. No hay espacio para darle un stop, no hay rincón en el tiempo para correr la vista y extrañar lo anterior. Pero todo eso que reprimo me consume, me degrada, se retroalimenta y crece, hasta colmarme de una angustia que no tiene sus orígenes bien definidos, y me confunde más.
Ahora se que todo dolor tiene fundamento, ahora se que todos esos años que pasé llorando tenían detonantes, y el malestar se erigió sobre cimientos sólidos, y aunque no sepa cuáles fueron, ni porqué, ni donde los perdí de vista, si en su momento los hubiera buscado quizás hubiera evitado varias experiencias innecesarias, pero que en definitiva me instruyeron. Hoy ya no quiero repetir lo mismo, y estoy acá sentada hablando con la incoherencia de un teclado que sólo sabe de dígitos los cuales son incapaces de traducir lo que me pasa. Pero creo que hallé la respuesta al porqué este viernes lo paso en casa, al porqué no contesté los últimos cinco mensajes del celular, a porqué anticipo que voy a dormirme sobre una almohada húmeda y voy a despertar ahogada en pesadillas.
Ahora sé que no extraño, que no es duelo por falta de afecto, pero que no puedo sobreponerme, ni puedo reavivar mi estima caída. Ahora sé que quisiera volver y enmendar mi vida para llegar a ser alguien diferente y obtener un resultado distinto a lo que fue.
Pero por suerte el corazón no tiene memoria para con el dolor... yo no olvidé ningún septiembre, diciembre ni enero de mi vida, yo los asimilé y, por el contrario, los hice pertenecer aún más a cada uno de mis días. De eso se trata: de extraer el componente útil que nos brinda el dolor, y no de intoxicarnos aferrados a la sensación intolerante al sufrimiento.
Espero poder volver pronto y avisarme que ya dejó de doler.
Siempre fui muy trasparente respecto a lo que siento o dejo de sentir, no sirve de nada mentirnos, sí a los demás, claro que sí, pero no a nosotros, la mentira daña, y el dañarnos nos vuelve a nosotros mismos nuestro íntimo enemigo. Si no puedo confiar en mí, estaría teatralizando mi vida, y perdiendo la visión amplia y total de todas las cosas.
Voy a volver con buenas noticias, no me voy a imponer un rango de tiempo, la presión no acelera el proceso. Por empezar ya dejé de analizar buscando el porqué llegó a perforar tan profundo mi “armadura de hierro”, algo tan insignificante como eso. No se necesita de tiempo, ni esfuerzo, nadie más que nosotros tiene la llave para ingresar al comando de nuestros sentimientos. De tanto en tanto nos descuidamos y dejamos la llave al alcance de alguien pasajero, e incluso a veces por necesidad solemos hasta obligar a que den las dos vueltas y empujen.
La soledad nos hace cometer los actos más denigrantes y desesperados. Hay que aprender a compartir nuestro tiempo con ella, y a no dejarla de lado cuando estamos en compañía.
Dándome pautas para la vida que no puedo acatar...
Se vuelve tan difícil no pensar. Necesito extrañar, necesito añorar algo, aferrarme de algún sentimiento. No es normal que nadie pueda llegarme a interesar. No es normal que resigne el fin de semana, que rechace las noches de sábado, cancele citas, y sonría cuando los días me escupan monotonía. No es normal que deje de sentir, y que me obligué a interesarme en quien sé que puede dañarme, haciendo de un hijo de puta una figura de salvador, alguien que pueda devolverme la sensibilidad al cuerpo.
Estoy apagándome mientras construyo sueños muy lejanos que algún día alcanzaré.
Quizás ese día me vuelva a encender.