A un lado de la avenida las luces eran blancas, puramente blancas. Hacia el otro costado, rojas. ¿Estaría también la vida tan prolijamente definida en esas dos partes? ¿de que lado estaría yo? ¿Acercándome o alejándome?
Porque ayer, de camino a la facultad, en esos tediosos viajes de hora y media hasta Plaza Francia, mi cabeza no supo más que funcionar y funcionar, y dejarme en claro que mi vida está patas para arriba y yo soy un desastre. No tengo que dejar de reconocer lo mucho que logré en este tiempo. Si bien mi vida parece ser exactamente igual que hace tres o cuatro años cuando ingrese al dulce infierno que me supo acoger tan bien, si mirase un poco hacia dentro podría dejar en claro, que ya no queda ningún rastro de aquella frustrada adolescencia que ansiaba día a día poder terminar con su agonía.
Hoy quizás mi vida siga siendo la misma mierda, depende la opinión de quien la mire. Pero al parecer de la gran mayoría gracias a dios, yo soy distinta. Siendo un desastre y estando patas para arriba se que tengo que vivirla.
Para mi, por el contrario, fue haber dado el brazo a torcer, y ceder al conformismo, auto condenarme a vivir sin quererlo y hasta conseguir quererlo. Lo conseguí, sostenida a las mismas razones que antes me arrimaban al rechazo, ahora se volvieron de mi lado para asirme a la esperanza y las ilusiones infantiles de que yo puedo hacerlo distinto, y que después de todo es poco tiempo, y siendo una maravilla o un calvario, puede hasta “estar bueno”.
Como si se tratara de una aventura, de una actividad casual y sumamente peligrosa... así estaba hablando mi conciencia sobre la vida.
Ahora estoy viviendo, y sin embargo me acabo de dar cuenta, ayer con la hora y media de retraso y mi mente ofuscada por la impotencia de mis habilidades por mejorarme, que no es suficiente tener el deseo, o al menos la aceptación de estar viviendo, a hacerlo en efecto.
No lo hago, repito, no estoy viviendo. Por el contrario es la vida quien me hace vivir, el contexto mismo, las personas que me aman o las que casualmente comparten meros momentos de mi existencia, el tiempo sexagesimal que me corre, la coreografía coordinada del día y la noche, el espacio y sus disposiciones... lo que me rodea en fin, está moldeándome para que yo viva, o me asemeje a estar haciéndolo.
No me podría quejar, en serio, sin ningún esfuerzo estoy acá. Estoy... antes siquiera estaba.
Pero entonces no me alcanza. Quiero querer estar y que no sea el simple hecho de la concordancia.
Estoy acá porque no creo nada de lo que digo, porque necesito plasmarlo en letras, para al menos no ser el único testigo de que por lo menos, en algún momento, mi cabeza fantaseó con más de lo que tengo.
Y clásicamente voy a olvidarme de estas palabras con las que escriba mañana, o las que redacte en media hora, seguro. Pero el registro queda, y algún mañana perdido y desolado, como lo fue ayer, cuando decida renunciar a mis responsabilidades y prefiera salir a fumar por entre las luces de los autos que vienen y van, tal vez me tiente por revisar material viejo y me encuentre con esto... algo maravilloso, por más frustrado y opacado que mi futuro lo deje. Una versión mía como soñadora, objetiva y crítica, cansada de ese nada que tiene forma de calendario y pasa llevándose mis días. Y sepa de pronto para mi orgullo, que alguna vez supe ser desertora, al menos mentalmente, y rebelarme contra la apatía y el unanimismo de mi vida y arriesgarme a imaginar que tal vez, estando otra persona en mi lugar, mi vida sería distinta, feliz y llena de esas cosas que a mi nunca, ni remotamente, se me ocurrió poder llegar a conseguir.
Sucederá, de la misma manera que hoy encuentro esas ganas que alguna vez tuve de escribir. No importa la renuncia, no importa lo abstracto de la idea y su suicidio precoz, importa que alguna vez, en algún espacio temporal, existió.
Y será un triunfo, el saber que hubo alguna vez donde pude entender que si hubiera cortado las cuerdas de esta marioneta, quizás hasta podría haber bailado muy bien.
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