"Los hechos y/o personajes del siguiente Blog son ficticios, cualquier similitud con mi vida personal es pura coincidencia."



jueves, 31 de marzo de 2011

Compañía en bancarrota

No se bien que cantidad de llamadas fueron, pero se repartieron en varios momentos del día durante la semana que corría y la previa a la misma. A decir verdad confieso que me tenía mucho más preocupada la idea de no poder encontrar a alguien nuevo, que la de intentar revivir relaciones muertas hace ya un tiempo.
Mientras me disponía a descifrar mentalmente el motivo de la insistencia por comunicarse conmigo, comencé a cuestionarme a la par el motivo de mi negativa reiterada y de la misma insistencia. ¿Por qué ese ‘no’ tan sólido y sordo?

Me vi a mi misma sola, aburrida en parte y tan expectante como desilusionada, ¿qué esperaba? ¿qué me disponía a hacer si la espera se prolongaba un tiempo desconsiderable? Que de hecho ocurriría si todavía no me figuraba en la cabeza que es lo que me fijaba buscar.
Sentí la presión, el peso, la altura y la forma de la ausencia que me acompañaba hace semanas, como si pudiera. después de tantos años de conocernos. haber corporizado el vacío en algo, en el hueco que quedaba enrollado por mi palma, cuando quería tomarte por la mano y ya no estabas.
Nunca habías estado.
No había motivos qué buscar, el mismo que le provocaba a él la urgencia por llamarme, era el que me provocaba a mí la seguridad con la que una y otra vez rechazaba sus llamados.
Al principio fue esa sensación de triunfo o de pena, como si lo hubiera estado esperando para que vuelva a buscarme y así resarcir el daño que provocó al demostrarme que él no era más que pomadas de óleo, cedas vírgenes y un catre impregnado con ginebra y con nosotros dos.

Pero la alegría de su regreso quedó opacada ante su deseo real por regresar. Quería que intentara, no que se empeñera en lograrlo. Y hoy recién es cuando entiendo que mi real miedo era que lo lograra... en efecto, casi o completamente lo logró.
Me sentí una clase de basura no reciclable huyendo de él en vez de enfrentarme a la situación, así que tomé el teléfono y para no desviarme mucho de la línea de las escorias no pude más que mandarle un mensaje con palabras espontáneas, sorpresivas y muy poco originales: ¿Cómo andas? Agregándole un par de líneas que excusaban mi falta de señales de vida en el último mes.
Cuando sonó a los cinco minutos el teléfono mi idea era muy diferente a lo que finalmente concluyó siendo. Mi mensaje realmente había sido desinteresado, quería de alguna manera cambiar esa primera reacción que tengo frente a cualquier aspecto de la vida que me cansa o me aburre, la de desaparecer instantáneamente. Quería borrar en mí, la parte que más odio de lo hombres, esa fácilidad que uno tiene para hacer efectivo el abandono. Quería elegir alguna cara, entre el centenar que tengo, para poder decir un no en vez de contestar silenciosamente cuando algo no me gusta; quería, quería....


Atendí. Tanto tiempo, novedades, trabajo, facultad, aburrido, ¿Nos vemos?

Y fue en ese momento tan elocuente que lo dejé escapar, sentí como fluía de mi ese ‘sí’ mientras que en mi cabeza todavía retumbaba el eco del ‘No’ que en definitiva había sido el propulsor de esta nueva y falsa última charla.
Ahí estaba, otra vez con ese no tan débil que al pronunciarlo sonaba con un si.

Alargué el encuentro una semana, fue lo mejor que pude hacer sobre la marcha mientras mi cabeza advertía el error, mi estupidez.
Me queda volver a verlo o volver a desaparecer.

Entonces mi cabeza vuelve a mi última especie de relación, donde lo único que me mantenía sujeta era la compañía, el rentar y mantener ocupado un espacio en mi cabeza para alguien concreto. Hasta que me abrumó, mi paciencia casi inexistente colmó y así tan fugaz como se presentó en mi vida, lo invité a retirarse.

Una y otra vez caigo en la necesidad de compañía, en rellenar huecos de mi vida con piezas que no encajan. Sostengo por un tiempo mi vacío con madurez, pero entonces me invade ese miedo estúpido de no poder encontrar a nadie que me interese, a nadie que mueva algo en mi sin la necesidad de tocarme. Y cedo, invito al primero y acepto el regalo de quedarse al lado mío por un tiempo, muy breve, hasta que mi corazón entienda que lo abruma y que el vacío es menos incómodo.

Así una y otra vez, parece un ciclo indefinido en mi vida.
Siempre circular, volviendo sobre mis pasos, sin poder avanzar.
La soledad no es excusa.

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