Ese par de ojos, negros, grises o azul petróleo, de una profundidad que vuelve impreciso su color. Hallé en ellos un vacío, un hondo hueco, de ese que produce al paso el dolor, una necesidad urgente de amor, el abandono tan explícito en dos luces apagadas.
Sin dudas era la mirada de un mendigo, alguien que pide porque ya no le queda más por negociar, alguien a quien le falló el karma, que dejó todo y nunca le volvió nada. Mi refeljo. Lo encontré, necesitando hacer de alguien su mundo y me encontró, necesitándo hacerlo yo también.
Cuando enumero mis razones, ahora encuentro una más. ¿Pero cuándo son suficientes? ¿Cuándo me vuelvo yo una razón entre mis razones?
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