Te dejé de creer. Te empecé a mentir.
Tan sola, tan de nadie. No necesitaba un motivo más, y sin embargo ahí estás sumándote. Es mágico soñar... el ilusionismo, es creer que Eso, Eso que tanto deseas en algún mundo paralelo o irreal se pude concretar. Pero todo sueño tiene su despertar, y ese despertar es el momento Ops! en una relación, cuando llegas a un punto inflexible en el que no hay vuelta atrás, es a partir de ese pequeño resquebrajamiento donde la grieta comienza a crecer, y no existe, no hay manera de rellenarla, de salvaguardar ese muro que tarde o temprano se viene abajo o permanecerá dañado.. para siempre.
Pese a no haber llegado a ese momento, mi intuición, mi alma dañada que desafortunadamente ya transitó tantas veces el mismo camino, lo divisa. Ahí está, por allá adelante, esperando dar el susto y derrumbar ese mundo utópico al que solemos viajar cuando empezamos a enamorarnos.
¿Cuánto de todo lo que te digo pensas que puede ser verdad? ¿Quién es el más ingenuo?
¿Vos por creerme, o yo por vernos mentir desde un tercer plano y aun así seguir?
Entonces nace esa necesidad por dañarte, por seguir adelante hasta que algo de todo lo que hago pueda llegar a lastimarte. Impotencia, absurda venganza.
Y así comienzo a buscarte en otros labios, a compararte, a usarte y a usarlos, a volverlos uno mismo, borrarte el nombre y el color de los ojos, y dejar únicamente el audio de las noches que pasamos. Te vuelvo anónimo, y casi sin darme cuenta te pierdo entre todos los otros.
Mientras me confesabas (engañabas) un te quiero, me perdías. Sólo porque te di, por al menos un par de horas, mi tenencia, mi ser, me entregué, te di la oportunidad de que puedas, y con ganas fallaste. Con que ganas me alejaste! Con ganas de que nunca supiera, con ganas de que mis dieciocho años lo fueran en efecto.
Y ahora soy con vos tan fácil, tan de nadie.
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