Otra noche más, que pronostico, voy a dormir con los ojos húmedos y los brazos enrozcados a la fría e inerte soledad con forma de almohada. Me duele más de una cosa, y creo que la única que emana dolor soy yo, y sin embargo hay dolor en todo espacio y tiempo en donde me proyecto. Me duelen las siete y media de la mañana cuando el despertador me arrastra a la realidad, me duele la gente atestada en el San Martín y la prisa que los acosa, mientras suena de fondo ‘¿Cuál es?’ en la radio, anunciando que ya son las nueve de la mañana y estoy llegando tarde. Me duelen los puchos que reemplazan mi almuerzo y el café amargo de las cinco de la tarde, me duelen las noches desveladas de estudio... me duelen la falta de respuestas y los abandonos repentinos, me duele a mil kilómetros de distancia y que seamos tan fácilmente reemplazables, me duele ese libro podrido que leí hace unas semanas, fundamento de lo tóxica que resulta la sociedad y de como destestándola y sufriéndola llego a sentirme cómoda estando insertada en ella. Me duele la vida, la falta de motivos y el extenso listado que justifica que es mucho más inteligente rechazarla y hacer de la muerte un momento abrupto y final y no una diaria agonía.
Esta noche soy puro dolor, bajo una ducha de agua fría con ganas de amar. Todo lo que sale de mí no vuelve, siento que me vacío momento a momento con cada palabra o cada beso, soy la angustia expresa de mil maneras y cada rasgo es un pedido de auxilio oculto tras una resignación aparentemente segura.
Me siento tan vulnerable y a la vez impenetrable.
Sesenta cigarrillos en una noche, decime si hay otra explicación que no sea un suicidio paulatino, que no sean ganas implícitas por desaparecer y consumirme con el pretexto de ‘no quererlo’. Es esa necesidad por volver física la muerte de mi esencia, y hacer concreto ese manojo de emociones poco felices.
Esta noche más de una ausencia acompaña a mi soledad.
No hay comentarios.:
Publicar un comentario