"Los hechos y/o personajes del siguiente Blog son ficticios, cualquier similitud con mi vida personal es pura coincidencia."



miércoles, 14 de julio de 2010

Una tarde helada, el cielo acromático robándole la vida a la ciudad congestionada, símil a lo que fue el día de ayer...
Esa tarde opacaba mis dieciséis, y me contaba más de lo que yo hubiese querido saber. Fui arrastrada por el impulso de poner en pausa mi vida al menos durante un día (a menudo me topo con esa necesidad, yo la denomino la de volverme un fantasma hasta estar mental o espiritualmente recuperada para volver a enfrentarme con la realidad). Entonces apagué mi celular, miré al boludo de al lado que no paraba de hablarme de sus exs y le dije que sinceramente la charla se había vuelto densa y aunque evité mencionarle lo desagradable que resultó el encuentro, creo que ambos lo dimos por sentado.
Esa tarde desaparecí. Si, quizás todavía seguía por caballito dando vueltas, simulando ver más allá de los escaparates, pero en realidad estaba ausente, del otro lado de las vidrieras y lo único que quedaba de mi era el reflejo borroso sobre ellas. Quizás, todavía algún faro me iluminaba, o algunos semáforos me detenían, pero creo que no estaban presentes ni la sombra de mi pies ni la esencia de mi alma.
Volví tarde, volví a ninguna parte, porque no tenía ningún espacio que sintiera mío. Y al llegar era como si nunca me hubiera ido, o como si jamás hubiera regresado. No había nada, porque yo había vuelto vacía, pero sin embargo nadie sentía que algo estuviera faltando. Desprotegida me dormí analizando en la semana anterior los próximos días.
Sin saberlo algo se había terminado, alguna etapa sin límites precisos se había cerrado...


Bueno, ayer repetí la historia otra vez.
Simplemente llega un maldito día, tarde o madrugada, en la que ese nudo que a menudo se te estanca en la garganta, ya no tiene forma de desanudarse. Dejas de tragar, dejas de hablar, dejas de comer, de pedir ayuda, y te acostumbras, te acostumbras a tener durante las veinticuatro horas que dura tu agonía diaria, una maldita piedra obstruyéndote la tráquea.
Pero días como ayer, días fríos, descoloridos que se detienen en invierno sin importar la estación, días sin lluvia donde los único que se condensa es la angustia, días tantas veces vividos, que no avisan, pasan desapercibidos y de pronto golpean, hieren y asesinan una parte de nuestra vida... en días como ayer, ese nudo en la garganta presiona con más fuerza, y no se detiene. Ya siquiera respiramos. Entonces cuando se nos agota el aire, pero no nos interesa recuperarlo, damos todo por terminado.

Me desmoroné, yo que no veía una lágrima desde la última vez que deje que me usaran. Yo que no sentía pena por mi misma desde la última mañana que amanecí sin responsabilidades, yo que creía tener todo descontroladamente bajo mi control, yo que supuestamente estaba tan bien... y lo peor es que puede que no haya estado equivocada, y que todo este tiempo haya aprendido a estar muy bien, contenta y satisfecha dentro de la desorganización general de mi vida, y una mañana amanecida un martes, ignorando por completo la ridiculez de que específicamente fuera en un trece, todo este tiempo de rehabilitación (porque eso es lo que fue) simplemente desapareció, y de pronto todo los dolores viejos se reanimaron, y los pesares de mi alma se volvieron aun más pesados y en un instante al otro lograron ahogarme..

Ayer dejé todo, y entre todo estaba también yo.
Renuncié a mucho más de lo que piensan.





Aunque lo escribí esta mañana, podría jurar por mi vida que estuvo escrito hace dos años.