No volvió(volvieron) a llamar nunca. El año se fue desanimado por el portal del olvido y de la misma manera llegó otro, de imprevisto y sin ninguna invitación en sus manos. Sin bienvenida se fue acomodando en mi espacio, en el molde agrietado y mal formado que había dejado como huella el anterior. Y no llamo, y lo remplacé, y su reemplazo creo que llamo alguna vez, pero hice de cuenta que no. Ningún llamado se refería a mí, todos buscaban a otra persona farsante y sagaz que había utilizado mi nombre. Quizás hasta había utilizado también mis años y mis ganas porque ninguno de ellos me aludía tampoco a mí.
Miré para atrás, había llegado a un nuevo enero con las manos vacías y sin la fuerza necesaria para defenderme, en el caso de que más tarde se me ocurriera atacarme.
Los dos primeros días del año fueron espaciosos y me regalaron algunas horas de más, las necesarias para confeccionarme un error sublime, una excusa perfecta para reprocharme y anidar nuevamente remordimientos y venenosa culpa, de esa que si durara más de cuatro días te mata. Ahora me restan tres días de tortura hasta que llegue el veredicto, y entonces sabré si dios me perdona una vez más o me condeno yo misma. Y para no martirizarme tanto con ese asunto modifiqué mis sueños y les puse ese dejo fatalista que es componente exclusivo en mi sangre. En ellos pasaron cosas horribles, tanto que algunas fundieron la realidad y lograron pasarse a ella cobrando vida: mis miedos. Miedo a las muertes sobre todo, todas las muertes menos la mía, que en cambio esa me fascina.
Entre enfermedades, nuevas vidas, y la partida de lo único que amo (todas ellas probabilidades) colapsé, y lo único que verdaderamente sé hacer muy bien lo hice. Porque aunque quedaran aun muchas escapatorias, lo necesitaba, porque alargarlo no me proporcionaba el pago suficiente para aliviar mi impaciencia, mi preocupación y para conseguir el olvido.
Entonces desaparecí, llana y rotundamente. Me fui, a ningún lado por cierto, pero escapé de mi pasado, de mi rutina, de mis responsabilidades, obligaciones y me fui corriendo detrás de esa magia espontánea que guía mis actos y genera las únicas órdenes que se seguir al pie del pedido: mis antojos, mis ganas, mi desidia, mi cansancio. Soy débil cuando me paro frente a mí. Puedo decirle que no a quien sea y a lo que sea (incluyendo a la vida misma) pero cuando se trata de mí, la potencia de mi negativa aminora, y soy sumisa y vulnerable a mis caprichos.
Estoy demasiado preocupada como para seguir escribiendo. El jueves hablamos, espero traer noticias buenas, de lo contrario... no me imagino lo que me espera, porque de hecho no habría nada más para imaginar jamás. No depende de mí, ya actué, ya me equivoqué otra vez, ya estoy. Ahora está todo en las manos de Dios, Buda, el karma, la suerte o la biología. Pero en mí, ya no.
1 comentario:
Muchas veces es bueno desaparecer...
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