"Los hechos y/o personajes del siguiente Blog son ficticios, cualquier similitud con mi vida personal es pura coincidencia."



martes, 23 de noviembre de 2010

Necesitar, sufrir... vivir en silencio.

Anoche, en una reunión con amigos, en donde nadie me conocía más allá del nombre y de la edad. Me topé con una incipiente mujer, que llevaba casi sin descuido las mismas marcas que yo en su antebrazo, pero en sentido horizontal. Me preguntó por qué, evadí la pregunta y le expliqué que la manera de suicidarse era un corte vertical, me dijo que siquiera pensó en suicidarse al momento de hacerlo.. La comprendí, como quizás nadie, pude sentir ese dolor, esa tenacidad con la que la vida había presionado su alma, y su mente no estaba a la altura de entender de donde proviene tanta angustia y cómo desaparecerla. Entendí mucho más que ella, pude leer sus cicatrices, escritas por su caligrafía, la cual parecía no poder descifrar ni ella misma.
Insistió en la pregunta inicial y me hostigó con el ‘por qué’ que desencadenaba la respuesta más oscura de mi vida. Sonreí, y solté un par de carcajadas exageradamente sonoras y ridículas, y no supe más que disfrazarme de ella, y contestar ingenuamente que no sabía por qué, que simplemente me había ‘pintado’ hacerlo. El público en la habitación asintió, aprobando mi respuesta, como si todos se sentirían de la misma manera. ¿Qué importaba por qué? En definitivamente nos habíamos sentido realmente mal, y cada uno había buscado la mejor manera de expresar, o como suelo decir yo, calmar esa necesidad por drenar la angustia.
Me sentí avergonzada, tal respuesta significaba una terrible ofensa para el pasado que llevaba en brazos. Pero nadie en esa habitación tenía siquiera un cuarto de la apertura de cabeza que se necesita para al menos llegar a considerar la locura y los enredos de mi psiquis, y ninguno tenía los ojos preparados como para adoptar como realidades, nuevas versiones de vida.
El ambiente de marihuana, la nicotina, los labios salados y una necesidad urgente de sexo. Ese era mi panorama, los cortes en mis muñecas habían cesado, y sin embargo por ese ínfimo detalle yo creí haberme curado... es verdad, ya no dejaba correr más sangre por mis brazos, refugiándome en la excitación de ver como de a poco volvía literal esa sensación constante de sentir que día a día me iba vaciando... Y porque me amigue con los alimentos, y me enemiste con los filos cromados, todos a mi alrededor, incluyéndome, recuperamos el sueño.
A poco más de un año, todos mis demonios se personificaron en elementos cotidianos de mi vida. Y los dejé entrar, desconociendo que eran los mismo elementos de tortura pasados, que ahora regresaban disfrazadazos de placeres. ‘Soy capaz de convertir un beso en una puñalada’, supe confesar acertadamente alguna vez.

Y digamos que había olvidado todo esto, pero ayer me llevó un trayecto de siete cuadras recordarlo, invocarme hace un tiempo y ver que nunca logré ser muy distinta a lo que fui.

Como si yéndome escaparía de lo que me abrumaba, o cómo si afuera encontrara nuevas y mejores maneras de lastimarme, huí. Me seguiste, me encontraste con un cigarrillo y las piernas débiles, flaqueando del sueño. Sabías que había un solo objetivo para anoche, quise ocultarlo, pero esa sed de dolor estaba explícita en mis retinas. Y me suplicaste que pensara, que estaba a tiempo. Quisiste figurar mi vida con palabras, para lograr que de alguna manera reaccionara ante el horror de lo que me provocaba (siempre voy a estar quince pasos adelante...), cuando terminó el vano monólogo, te confesé lo sola que me sentía... cuando en realidad lo que muy mal estaba intentando decirte era que había elegido abandonarlos una vez más, para fugarme con mi desdicha, a vivir en libertad esa relación obsesiva conmigo, con el fatalismo y los límites.
Realmente estaría muy desequilibrada si confesara que mi vida pende de un número tres ¿no? Realmente estaría muy vacía si te diría que es lo único que puede llenarme, muy poco valdría mi vida, si con tres unidades alcanzara a devolverle su valor.
Realmente de nada habría servido tanta lucha si diría que de vez en cuando ( y ahora es de vez en cuando) extraño el enero pasado, y quisiera, realmente quisiera de corazón, haber tenido éxito en mi intento.

Hay tanto que hubiera contestado a raíz de ese ‘por qué’. La mayoría del tiempo lo dejo de lado, y la memoria es fallida para con el dolor. Pero de vez en cuando, poso mi mano en mi antebrazo, y despacio acaricio con la yema de mis dedos su textura, reviviendo un torbellino de recuerdos que me transportan al más sombrío pasado, que pareciera estar más vivo que mi propio presente.
Perdón si me amas. Porque inevitablemente voy a volver a sufrir.
¿Cómo explicarte en este instante, cómo se siente la presión del dolor acumulado durante tantos años? Una vez más, la vida me amenaza y mi fuerza suplica por un descanso.

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